lunes, 8 de febrero de 2010

viernes, 18 de diciembre de 2009

Reink

Reink dio un paso adelante y dejó que el sol bañara su pálida piel, iluminando también la estancia oscura que dejaba atrás. Movió levemente cada una de las articulaciones de su cuerpo a modo de estiramiento antes de cruzar el umbral del portón, solemne y esbelto. La Arena no era tan enorme y magnífica como le habían contado. Lo era más.

La construcción circular era obra de un genio. En las gradas, situadas alrededor del perímetro superior, la gente aclamaba a los guerreros, a los avatares. La arena suave y dorada que cubría el suelo que pisaba Reink era digna de besar, y él notaba que estaba caliente, a causa del sol, que coronaba los cielos desde lo alto. El mismo sol que se reflejaba en todos los planos de su armadura lacada de color púrpura metálico. Tenía algunos detalles dorados que la bordaban en zonas como el pecho o los hombros. En su mano izquierda reposaba un yelmo, con acabado en forma de dragón o serpiente, también lacado. En la derecha llevaba un estandarte negro, con el símbolo de Loryanna ondeando con el viento. En la espalda llevaba atada una gran espada, envainada, que deseaba salir.

Se acercó más al centro de la arena y esperó. El ambiente era eufórico. El público quería sangre…Y Reink les complacería. Al otro lado de la Arena, una puerta enorme se abrió. Lentamente pero sin pausa, otro guerrero salió al exterior. Era como la mitad de alto que Reink, pero el doble de ancho. Llevaba una larga barba gris que finalizaba recogida en trenzas para que no tropezara con ella. Iba protegido con una cota de malla y una coraza pectoral. Llevaba un enorme trabuco y un hacha de batalla en sus fuertes brazos, listo para atacar. Era un enano.

Estuvieron largo tiempo en un silencio sepulcral. Los dos esperaban que el otro atacase pero eso no ocurría. Las gradas también permanecían calladas, a la espera del combate. Reink se colocó el yelmo en la cabeza, clavó el estandarte en el suelo y desenvainó su espada. Impregnado por una sed de sangre, saltó hacia delante y empezó a correr hacia su oponente.

El enano cargó su trabuco y empezó a disparar fogoneadas a Reink, que los esquivaba como podía agachándose o apartándose. Al final, uno de los disparos impactó con éxito. Su objetivo cayó hacia atrás, con fuerza. Entonces el enano corrió hacia él guardando el trabuco y preparando su hacha.

Reink se levantó con dolor y se quitó el casco para tener más visibilidad. Con la espada en carga, se lanzó también a por el enano, que venía corriendo hacia él. El choque entre ambos fue tremendo. Reink podía esquivarlo, pero el enano era muy resistente. Las armas impactaban con luces místicas de sus hojas y parecían que eran ellas las que dominaban a sus portadores. El enano, en un ataque de ira, le asestó un tajo a Reink, que se tambaleo dolorido y sangrando de la herida.

Aprovechando eso, el enano le dio otro tajo en el otro costado del torso. Reink entonces se alzó de nuevo. El enano notó como sus piernas le fallaban. Reink, aprovechando su intimidación, le clavó su espada en el corazón.

El enano cayó hacia atrás, inerte. Reink, sin notar dolor en las dos heridas graves que había sufrido, cortó la cabeza del enano con su espada y se la mostró al público, que aplaudía y vitoreaba su nombre. Dejó el cuerpo sin cabeza y las armas del enano en la Arena, impregnado de sangre, y se marchó de nuevo con solemnidad por donde había venido. Había sido un combate fácil. Antes de cruzar el portón, se paró de nuevo a escuchar su nombre, alabado entre los asistentes. Reink sonrío, dejando ver sus largos colmillos.

martes, 10 de noviembre de 2009

Relatos de Reek Ashadow (I)

Reek Ashadow cruzó corriendo la mugrienta alcantarilla de los subsuelos de la capital imperial de Altdorf. Avanzaba sin parar y a gran velocidad, pero sin emitir apenas ningún ruido. Sus ropajes negros ondeaban suavemente, mientras se camuflaban en la oscuridad. Al cruce de varios caminos paró en seco y olfateó el aire.

Se encaminó hacia una de las paredes y trepó hasta el techo del túnel. Con la mano con la que no se sujetaba dejó caer su capucha encima de su cabeza. Se empezaron a oír pasos a la lejanía. Poco a poco, el pasadizo empezó a iluminarse por una luz amarillenta.

Los dos guardias de alcantarillas cruzaron la esquina. Iban vestidos con unos ropajes sucios y marrones, con un sombrero de ala ancha y un pañuelo tapándoles la boca. En un brazo llevaban sus lámparas de aceite, mientras que en la otra sujetaban una espada corta desenvainada.

-Cada día esto está peor –se quejó uno.

-Somos, probablemente, el trabajo peor pagado de toda la ciudad –dijo, indignado, el otro.

Se iban alejando del túnel principal, mientras seguían su conversación sobre las quejas de la sociedad actual. En ese momento, uno de ellos paró en seco.

-¿Qué ha sido eso? –preguntó a su compañero. Este hizo una señal de indiferencia. Insistió. – He oído un ruido, estoy seguro.

Su compañero alumbro hacia el suelo y vio una pequeña rata.

-Debió de ser esta… -su voz se vio ahogada por un chillido un tanto más grave.

Los dos guardias levantaron sus espadas y se cubrieron la espalda uno con otro, con sus antorchas iluminando al túnel. Poco a poco, de la oscuridad apareció una rata. Pero no era una rata como las demás.

Era de un tamaño similar a un perro, con los dientes salidos y la piel rosada y llena de tajos. Tenía pelo negro en algunas partes del lomo y miró a los guardias con recelo.

De pronto, el color de sus ojos cambió por uno más rojizo y saltó hacia delante, con las garras delante, atacando. Los imperiales reaccionaron rápidamente, y la esquivaron, separándose. Cuando la rata gigante aterrizó, arremetió contra el que tenía más cerca. Éste usó su espada y su antorcha como escudo provisional. Mientras la criatura mordía el tronco, el otro guardia le clavó su espada en el lomo, que salió por el pecho. Empezó a agonizar y cayó.

El otro se levantó poco a poco, reposando después de sus instantes de tensión. Miró al animal otra vez y un escalofrío le inundó el cuerpo.

-Esto… -empezó a decir, tartamudeando.

-Sí, Ganz… - le adelantó su compañero, mirando más de cerca a la rata gigante y a la sangre que había en su espada. – Los rumores son ciertos.

-¿Qué hacemos? –preguntó Ganz, con miedo.

-Tenemos que avisar rápidamente al Gran Te… - su voz calló. Le empezó a sangrar la boca y en sus ojos apareció una expresión de horror. De su pecho salió la punta de una espada corta, impregnada con un líquido verdoso que se volvía negro al contacto con la sangre.

Rápidamente, la espada volvió hacia atrás, y el cuerpo inerte cayó hacia delante. En su lugar estaba ahora Reek, con sus ojos rojos observando al otro guardia. Su hocico se levantó un poco, husmeando al aire.

Ganz reaccionó rápido y empezó a correr hacia la salida del túnel. El asesino skaven, con una velocidad prodigiosa, sacó una estrella envenenada y la lanzó hacia el imperial, clavándosela en la espalda.

Reek escuchó su alrededor. No había nadie, al igual que antes. Recogió la estrella y arrastró los cuerpos hacia un lado del túnel, escondidos de la vista de cualquier visitante. Observó la rata gigante que había muerto. Era extraño que uno de los mutantes del Clan Moulder se separara del grupo tanto como para salir del perímetro subterráneo del asentamiento.

Sacudió la cabeza. Tenía una importante misión que cumplir en la superficie, y no debía hacer esperar a su invitado. Veloz como un rayo, salió corriendo hacia el túnel de salida, perdiéndose de nuevo en la oscuridad mientras las antorchas de los guardias morían lentamente.

viernes, 30 de octubre de 2009

jueves, 8 de octubre de 2009

Soldado Clon Especial

domingo, 27 de septiembre de 2009

Cañonera LAAT

Aqui os dejo mi animación sin sonido (aun)