viernes, 18 de diciembre de 2009

Reink

Reink dio un paso adelante y dejó que el sol bañara su pálida piel, iluminando también la estancia oscura que dejaba atrás. Movió levemente cada una de las articulaciones de su cuerpo a modo de estiramiento antes de cruzar el umbral del portón, solemne y esbelto. La Arena no era tan enorme y magnífica como le habían contado. Lo era más.

La construcción circular era obra de un genio. En las gradas, situadas alrededor del perímetro superior, la gente aclamaba a los guerreros, a los avatares. La arena suave y dorada que cubría el suelo que pisaba Reink era digna de besar, y él notaba que estaba caliente, a causa del sol, que coronaba los cielos desde lo alto. El mismo sol que se reflejaba en todos los planos de su armadura lacada de color púrpura metálico. Tenía algunos detalles dorados que la bordaban en zonas como el pecho o los hombros. En su mano izquierda reposaba un yelmo, con acabado en forma de dragón o serpiente, también lacado. En la derecha llevaba un estandarte negro, con el símbolo de Loryanna ondeando con el viento. En la espalda llevaba atada una gran espada, envainada, que deseaba salir.

Se acercó más al centro de la arena y esperó. El ambiente era eufórico. El público quería sangre…Y Reink les complacería. Al otro lado de la Arena, una puerta enorme se abrió. Lentamente pero sin pausa, otro guerrero salió al exterior. Era como la mitad de alto que Reink, pero el doble de ancho. Llevaba una larga barba gris que finalizaba recogida en trenzas para que no tropezara con ella. Iba protegido con una cota de malla y una coraza pectoral. Llevaba un enorme trabuco y un hacha de batalla en sus fuertes brazos, listo para atacar. Era un enano.

Estuvieron largo tiempo en un silencio sepulcral. Los dos esperaban que el otro atacase pero eso no ocurría. Las gradas también permanecían calladas, a la espera del combate. Reink se colocó el yelmo en la cabeza, clavó el estandarte en el suelo y desenvainó su espada. Impregnado por una sed de sangre, saltó hacia delante y empezó a correr hacia su oponente.

El enano cargó su trabuco y empezó a disparar fogoneadas a Reink, que los esquivaba como podía agachándose o apartándose. Al final, uno de los disparos impactó con éxito. Su objetivo cayó hacia atrás, con fuerza. Entonces el enano corrió hacia él guardando el trabuco y preparando su hacha.

Reink se levantó con dolor y se quitó el casco para tener más visibilidad. Con la espada en carga, se lanzó también a por el enano, que venía corriendo hacia él. El choque entre ambos fue tremendo. Reink podía esquivarlo, pero el enano era muy resistente. Las armas impactaban con luces místicas de sus hojas y parecían que eran ellas las que dominaban a sus portadores. El enano, en un ataque de ira, le asestó un tajo a Reink, que se tambaleo dolorido y sangrando de la herida.

Aprovechando eso, el enano le dio otro tajo en el otro costado del torso. Reink entonces se alzó de nuevo. El enano notó como sus piernas le fallaban. Reink, aprovechando su intimidación, le clavó su espada en el corazón.

El enano cayó hacia atrás, inerte. Reink, sin notar dolor en las dos heridas graves que había sufrido, cortó la cabeza del enano con su espada y se la mostró al público, que aplaudía y vitoreaba su nombre. Dejó el cuerpo sin cabeza y las armas del enano en la Arena, impregnado de sangre, y se marchó de nuevo con solemnidad por donde había venido. Había sido un combate fácil. Antes de cruzar el portón, se paró de nuevo a escuchar su nombre, alabado entre los asistentes. Reink sonrío, dejando ver sus largos colmillos.