martes, 10 de noviembre de 2009

Relatos de Reek Ashadow (I)

Reek Ashadow cruzó corriendo la mugrienta alcantarilla de los subsuelos de la capital imperial de Altdorf. Avanzaba sin parar y a gran velocidad, pero sin emitir apenas ningún ruido. Sus ropajes negros ondeaban suavemente, mientras se camuflaban en la oscuridad. Al cruce de varios caminos paró en seco y olfateó el aire.

Se encaminó hacia una de las paredes y trepó hasta el techo del túnel. Con la mano con la que no se sujetaba dejó caer su capucha encima de su cabeza. Se empezaron a oír pasos a la lejanía. Poco a poco, el pasadizo empezó a iluminarse por una luz amarillenta.

Los dos guardias de alcantarillas cruzaron la esquina. Iban vestidos con unos ropajes sucios y marrones, con un sombrero de ala ancha y un pañuelo tapándoles la boca. En un brazo llevaban sus lámparas de aceite, mientras que en la otra sujetaban una espada corta desenvainada.

-Cada día esto está peor –se quejó uno.

-Somos, probablemente, el trabajo peor pagado de toda la ciudad –dijo, indignado, el otro.

Se iban alejando del túnel principal, mientras seguían su conversación sobre las quejas de la sociedad actual. En ese momento, uno de ellos paró en seco.

-¿Qué ha sido eso? –preguntó a su compañero. Este hizo una señal de indiferencia. Insistió. – He oído un ruido, estoy seguro.

Su compañero alumbro hacia el suelo y vio una pequeña rata.

-Debió de ser esta… -su voz se vio ahogada por un chillido un tanto más grave.

Los dos guardias levantaron sus espadas y se cubrieron la espalda uno con otro, con sus antorchas iluminando al túnel. Poco a poco, de la oscuridad apareció una rata. Pero no era una rata como las demás.

Era de un tamaño similar a un perro, con los dientes salidos y la piel rosada y llena de tajos. Tenía pelo negro en algunas partes del lomo y miró a los guardias con recelo.

De pronto, el color de sus ojos cambió por uno más rojizo y saltó hacia delante, con las garras delante, atacando. Los imperiales reaccionaron rápidamente, y la esquivaron, separándose. Cuando la rata gigante aterrizó, arremetió contra el que tenía más cerca. Éste usó su espada y su antorcha como escudo provisional. Mientras la criatura mordía el tronco, el otro guardia le clavó su espada en el lomo, que salió por el pecho. Empezó a agonizar y cayó.

El otro se levantó poco a poco, reposando después de sus instantes de tensión. Miró al animal otra vez y un escalofrío le inundó el cuerpo.

-Esto… -empezó a decir, tartamudeando.

-Sí, Ganz… - le adelantó su compañero, mirando más de cerca a la rata gigante y a la sangre que había en su espada. – Los rumores son ciertos.

-¿Qué hacemos? –preguntó Ganz, con miedo.

-Tenemos que avisar rápidamente al Gran Te… - su voz calló. Le empezó a sangrar la boca y en sus ojos apareció una expresión de horror. De su pecho salió la punta de una espada corta, impregnada con un líquido verdoso que se volvía negro al contacto con la sangre.

Rápidamente, la espada volvió hacia atrás, y el cuerpo inerte cayó hacia delante. En su lugar estaba ahora Reek, con sus ojos rojos observando al otro guardia. Su hocico se levantó un poco, husmeando al aire.

Ganz reaccionó rápido y empezó a correr hacia la salida del túnel. El asesino skaven, con una velocidad prodigiosa, sacó una estrella envenenada y la lanzó hacia el imperial, clavándosela en la espalda.

Reek escuchó su alrededor. No había nadie, al igual que antes. Recogió la estrella y arrastró los cuerpos hacia un lado del túnel, escondidos de la vista de cualquier visitante. Observó la rata gigante que había muerto. Era extraño que uno de los mutantes del Clan Moulder se separara del grupo tanto como para salir del perímetro subterráneo del asentamiento.

Sacudió la cabeza. Tenía una importante misión que cumplir en la superficie, y no debía hacer esperar a su invitado. Veloz como un rayo, salió corriendo hacia el túnel de salida, perdiéndose de nuevo en la oscuridad mientras las antorchas de los guardias morían lentamente.

No hay comentarios: