viernes, 17 de abril de 2009

El Pirómano

Una figura solitaria andaba a paso lento por las oscuras calles vacías de un barrio viejo. Sus pisadas retumbaban por el eco entre los edificios. Iba ataviada con una gabardina de un color azul oscuro con detalles plateados que bordaban la prenda.  Su paso era lento y elegante, con una cierta sombra en su apariencia. Se paró al lado de un farol desgastado con la luz parpadeante y observó a su alrededor. Decenas de moradas le rodeaban, como pidiéndole auxilio. Parecían viejas y abandonadas, aunque puede que solo llevaran unos años construidas. Sabía que en el fondo de esos escombros vivía gente... Pobre, pero gente al fin y al cabo.

Un trueno se hizo oír a lo lejos, con un fuerte estruendo. Se acercaba una gran tormenta que sería difícil de aguantar. Volvió a mirar a su alrededor. Se fijó en la única vivienda donde parecía haber luz en su interior, reflejada levemente en la ventana. Con paso firme se acercó silenciosamente al lugar, dejando atrás la luz del farol que le iluminaba su rostro de chico, atraído por la curiosidad. Se subió a una caja vacía que había en el suelo girada para ver mejor. Allí dentro había una chica joven. Tenía el cabello oculto tras un pañuelo sucio y su cara estaba llena de hollín. Sus ojos marrones seguían pausadamente las palabras escritas en el libro que leía. Su boca se movía articulando los movimientos que parecían los de una lectura en voz alta. El chico sombrío se fijó, entre las tres letras que había pintadas de color blanco en la ventana, en la escena que había. La chica estaba contando un cuento a unos cinco niños delgados y con unos pantalones de rayas blancas y azules. Ellos observaban con mucho interés a la chica, que les echaba una mirada de vez en cuando. El chico bajó la vista, apartando esa escena de su mente, llena de recuerdos y añoranzas. Se bajó de la caja y volvió al lado del farol, alejándose de esa pobre gente.

En ese momento se oyó un silbato en la boca de la calle. El chico encapuchado se giró para ver que ocurría. Unos cinco soldados avanzaban hacia él con aspecto autoritario. Se pararon delante del farol. Llevaban unos uniformes verdes, con un logotipo extraño en el brazo. Tenían unos sombreros con una pequeña visera negra, con el mismo logotipo adornando su parte frontal. Sus pantalones eran marrones y llevaban unas botas de cuero marrones en los pies. Uno de ellos se le acercó, con la mano apoyada en su pistola, guardada en su funda atada al cinturón.

-Raus hier, wenn Sie nicht möchten, dass Probleme mit uns, Jude. – dijo, con sus ojos clavados en los verdes del chico, que estaba inmóvil y calmado.

El farol tintineaba, haciendo esfuerzos por mantenerse encendido. El chico no respondió, únicamente se metió las manos en los bolsillos de la gabardina y esperó. El soldado se lo tomó como una ofensa, y sacó la pistola, apuntándole. El chico no necesitó más, y se quitó la capucha, dejando al descubierto su rostro joven. Alzó un brazo, apuntando al agente con el dedo. Los demás rieron al ver a su compañero apuntando a un chico, que a su vez le apuntaba con el dedo. Para ellos podía resultar gracioso, pero para quien conociera al joven no lo sería tanto. El oficial perdió los nervios delante del chico que le ofendía y disparó sin contemplaciones. Cerró los ojos, esperando oír el ruido de su cuerpo al caer, pero ese ruido no se oyó nunca. Los abrió, y lo que vio le dejó sin habla. ¡El chico, usando su aliento, había derretido la bala antes de que impactara su cuerpo! El soldado dio un paso atrás, dominado por el miedo. Los demás no esperaron y salieron corriendo. El joven metió su mano en el bolsillo y sacó un pequeño objeto. Sonrió maliciosamente y empezó a correr hacia ellos. Cuando pasó por el lado del oficial paralizado accionó el objeto fugazmente. Una enorme llama rojiza salió de su pequeño orificio de salida, envolviendo en fuego al desprotegido hombre. Un grito de horror retumbó por la calle, y el oficial cayó al suelo, retorciéndose en llamas. Mientras seguía corriendo, desvió la mirada hacia el cuerpo ardiendo y sonrió. En carrera, él podía perfectamente con los soldados. En ese caso, a diferencia, ellos corrían más porque habían tirado las armas, haciéndoles más ligeros, y contando con la ventaja temporal. Pero el joven tenía recursos para todo, y acercó su objeto a sus piernas. Lo accionó y sus pies se volvieron de fuego de manera que, sin quemar sus ropajes, le ofrecía mucha más velocidad que ellos. Así les alcanzó antes de llegar a la esquina, pasando rápidamente por su lado y colocándose delante, antes de que llegaran. Ellos frenaron al ver a su atacante delante, pero era demasiado tarde. Otra llama, más grande que la anterior, salió del artilugio y les envolvió. Gritos de dolor llenaron los oídos del joven, pero sin afectarle. Sabía que esos bastardos se lo merecían, y no tuvo remordimiento por ello. Volvió otra vez al farol, dejando atrás los cuerpos chamuscados de los soldados, y guardando su objeto letal en el bolsillo de su gabardina azul oscuro. Se colocó la capucha y miró una vez más a su alrededor, antes de partir hacia Berlín. 

La muchacha y los niños le observaban atentamente con una mezcla de terror y admiración en sus ojos. Se colocó la capucha, ocultando su rostro de nuevo y se fue andando, dejando atrás a las ventanas con la palabra JEW pintada con odio y a esos soldados, con la estrella esvástica que adornaba sus ropajes hecha cenizas.

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